*¿Por qué acabó Elba
Esther en la cárcel?
*Qué frágil se veía
la maestra Gordillo ayer detrás de las rejas. Ya sin sus elegantes vestidos ni
sus caros accesorios.
Si tuviera que resumirlo en una palabra diría
que por hubris. Se trata de un concepto que viene de las épocas de la Grecia
antigua. Se refiere a los poderosos que pierden el piso, que comienzan a
sentirse como dioses, que actúan con una insoportable mezcla de desmesura,
orgullo, soberbia y arrogancia.
La maestra se paseaba por el país con un lujo
propio de un sultán. No tenía un sentido de la prudencia, de la mesura.
Mientras que sus agremiados ganaban un promedio de diez mil pesos al mes, Elba
Esther cargaba una bolsa que valía treinta veces eso. Le valía gorro presumir
su riqueza. Se pasaba las críticas por el Arco del Triunfo. Al fin y al cabo,
¿quién iba a ser el guapo que se atrevería a encarcelarla por enriquecimiento
inexplicable o malversación de fondos?
Era tanta la hubris de Gordillo que tan sólo
hay que ver las presuntas operaciones de lavado de dinero por las que está
encarcelada. Su extrema simpleza denotan la soberbia de cómo movía los recursos
de sus agremiados como si fueran de ella. De la cuenta del Sindicato Nacional
de Trabajadores de la Educación movía fondos a una cuenta de una persona que
luego pagaba la tarjeta de crédito de la maestra en la exclusiva tienda Neiman
Marcus. Así de burdo. Nada de triangulaciones sofisticadas, facturas falsas o
múltiples traspasos a cuentas offshore. No. Tan sólo “pásenle dinero a Lupita
para que pague mi tarjeta de unos trapitos que compré”. Alguien que opera así
es porque se cree todopoderosa. Que nunca la van a perseguir. Que ella es la
mandamás. Hubris pura y dura.
Y con esa actitud iba a negociar con los
distintos partidos políticos. “¿Quién me da más a cambio del apoyo del
sindicato magisterial en las elecciones?” La izquierda, el PRI y el PAN
competían por el apoyo de la maestra. Hasta que las tres fuerzas políticas se
cansaron de ella. Cobraba muy caro por su amor. En la pasada elección, el
entonces candidato del PRI a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, tuvo que
romper el acuerdo que tenía con ella por la rebelión que se armó dentro de su
partido debido a la percepción de que Gordillo se había quedado con una gran
tajada de las candidaturas.
Al final, el poder la cegó y se quedó sin
apoyos políticos. Ya nadie la quería. Ni la izquierda ni el PRI ni el PAN. Tan
es así que nadie en la clase política ha salido a apoyarla desde que el
gobierno la arrestó. Nadie. Ni siquiera su propio partido, Nueva Alianza, lo
cual resulta muy extraño.
Si algo se perdió durante los años de la
alternancia panista fue la mesura, sensatez y prudencia de muchos actores
políticos y económicos. Recuerdo, por ejemplo, cómo un diario nacional
descubrió que el líder de los petroleros utilizaba un reloj de miles de
dólares. Vino un escándalo pasajero, pero al final no pasó nada. A la siguiente
vez que lo cacharon con un reloj aún más caro, Carlos Romero Deschamps incluso
se lo presumió al fotógrafo. “Sí y qué”. Hubris: cuando los hombres poderosos
comienzan a sentirse dioses. Desmesura, orgullo, arrogancia y soberbia.
Qué frágil se veía la maestra Gordillo ayer
detrás de las rejas. Ya sin sus elegantes vestidos ni sus caros accesorios. El
gobierno de Peña Nieto logró regresarla, de golpe, a la Tierra. De su avión
privado a Santa Martha Acatitla. Qué bueno porque en una sociedad democrática
no hay ni debe haber intocables que actúen como si fueran dioses.
Pero una cosa me preocupa: que el éxito del
gobierno de terminar con el hubris de Gordillo vaya a producir hubris en Peña
Nieto. Que el Presidente, y el equipo que lo rodea, comiencen a sentirse
todopoderosos. El falso aroma del poder sin límites. “Si pudimos con la
maestra, el espacio es nuestro límite”. Desgraciadamente algunas plumas
comienzan a alimentar esa soberbia. “Hay Presidente”, presumen con ánimos
exaltados. Efectivamente “hay Presidente”, pero espero que su poder no lo
trastorne, como sí trastornó a Gordillo, quien hoy duerme en la prisión de
Santa Martha Acatitla.
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